Tras el valle se esconde el Sol
que dora tierra de vinos,
sangre que da la tierra,
sangre de la que provenimos.
Y en la catedral se escuchan
pasos cansados que anuncian
una figura cansada
que hacia mí, se torna.
Ancianos los ojos del peregrino,
que descansando en su recia vara
pregunta con voz marcada:
¿Acaso es ésto Lucronium, joven,
o extraviado me he por la oscuridad del cielo?
En su centro se haya, peregrino.
- respondí presto-
Hallará posada,
para proseguir es tarde,
que le brinde buena almohada
y su cuerpo caliente guarde.
Extraño en lo sumo,
mi gentil amigo;
pues la visión de ésta tierra
a mi venida anterior
en nada parece a ésta,
pues aquí no hayo esplendor.
¿Acaso hace siglos
que por aquí no transita?
-Pregunté al anciano-
bajo la noche marchita.
¡Siéntate hijo, y escucha!
Se quitó la capucha
y su blanca barba al viento
parecía la cola de un ciento
de cometas sobre la lucha.
¿Acaso ya se ha olvidado
el origen de ésta tierra?
Pues honrados la han morado,
jamás estuvo desierta.
De las calles que aquí contemplamos
recuerdos de gloria aún viven,
y el corazón me apesadumbra
por permitir que se os olviden.
Éste suelo que pisas,
hijo, cada día de tu vida,
merece respeto y honor.
Ésta tierra tiene historia,
¡Que resuene por mi voz!
Roma para sí la quiso,
y con tesón la apadrinó;
históricos dio al Imperio,
y así éste lo agradeció.
Mente de oro y de gran talento,
de fama en mundial incremento,
de su fértil suelo brotó.
Y ufanos por el mundo fuisteis,
con orgullo presumisteis
de vuestro hijo Quintiliano,
amén de tropel ingente
de ilustres pensadores,
del saber grandes doctores,
como Aurelio Prudencio Clemente.
En Clavijo sangre ardiente
por los campos derramada
dejó brutal pisada
del sudor de vuestra frente.
Y lanzas agudas clamaron
por no verla dolida
en manos del villano moro
que sediento de ella, moría.
Oscurecen las viejas calles
que en tiempos fueron bastión,
combatiendo a Napoleón
y a sus franceses cobardes.
Y recuerdo a tus hermanos
tiempo atrás encarnados;
sus manos de sangre teñidas,
en sus cuerpos severas heridas
testigos mudas de honor;
pues con ademán viril
portaban fieros fusil
que expulsó al cruel invasor.
Jamás he de olvidar, hijo,
-dijo ensimismado el viajero-
el repique de los cascos
del general Espartero.
Bravo y noble entregó
por España su cuerpo y alma,
y aún de cuna modesta
recuerdo glorioso de él
queda sobre el papel
por su magnífica gesta.
Y aún en su lecho de muerte
le dijo orgulloso al cura:
no tengo enemigos, padre,
a los que el perdón pueda otorgar,
pues bien los hice purgar
poniendo precio a su locura.
Con ojos de lince admiraba,
y del anciano yo aprendía
todo cuanto de él salía
y en la memoria guardaba.
Y en ese instante supe
con claridad propia del cielo
que no era otro mi sino
que luchar por éste suelo.
Suelo bañado en sangre española,
de ancestros bravíos,
de luces y sombras,
de espíritus nobles
de alma grandiosa
que sus carnes donaron,
por nosotros se inmolaron
y con esfuerzo levantaron
cada muro y cada losa.
Y con brío cerré los puños,
y de furia llené mis venas,
a un lado dejé las penas,
y estiré, hecho un rebuño
el blasón de nuestra tierra.
E impávido quedó mi cuerpo
al ver al anciano esfumado,
etéreo en el aire dejando
tras de sí halo de dicha,
y allí en el cielo contempla
aquel buen peregrino
como Logroño despierta
y retoma las riendas de su sino.
Tierra de vino,
tierra de sangre.
De tu vid brota la vida
que el ancho Ebro baña,
y tus hijos alzan lucha
desde Logroño, ¡POR ESPAÑA!
que dora tierra de vinos,
sangre que da la tierra,
sangre de la que provenimos.
Y en la catedral se escuchan
pasos cansados que anuncian
una figura cansada
que hacia mí, se torna.
Ancianos los ojos del peregrino,
que descansando en su recia vara
pregunta con voz marcada:
¿Acaso es ésto Lucronium, joven,
o extraviado me he por la oscuridad del cielo?
En su centro se haya, peregrino.
- respondí presto-
Hallará posada,
para proseguir es tarde,
que le brinde buena almohada
y su cuerpo caliente guarde.
Extraño en lo sumo,
mi gentil amigo;
pues la visión de ésta tierra
a mi venida anterior
en nada parece a ésta,
pues aquí no hayo esplendor.
¿Acaso hace siglos
que por aquí no transita?
-Pregunté al anciano-
bajo la noche marchita.
¡Siéntate hijo, y escucha!
Se quitó la capucha
y su blanca barba al viento
parecía la cola de un ciento
de cometas sobre la lucha.
¿Acaso ya se ha olvidado
el origen de ésta tierra?
Pues honrados la han morado,
jamás estuvo desierta.
De las calles que aquí contemplamos
recuerdos de gloria aún viven,
y el corazón me apesadumbra
por permitir que se os olviden.
Éste suelo que pisas,
hijo, cada día de tu vida,
merece respeto y honor.
Ésta tierra tiene historia,
¡Que resuene por mi voz!
Roma para sí la quiso,
y con tesón la apadrinó;
históricos dio al Imperio,
y así éste lo agradeció.
Mente de oro y de gran talento,
de fama en mundial incremento,
de su fértil suelo brotó.
Y ufanos por el mundo fuisteis,
con orgullo presumisteis
de vuestro hijo Quintiliano,
amén de tropel ingente
de ilustres pensadores,
del saber grandes doctores,
como Aurelio Prudencio Clemente.
En Clavijo sangre ardiente
por los campos derramada
dejó brutal pisada
del sudor de vuestra frente.
Y lanzas agudas clamaron
por no verla dolida
en manos del villano moro
que sediento de ella, moría.
Oscurecen las viejas calles
que en tiempos fueron bastión,
combatiendo a Napoleón
y a sus franceses cobardes.
Y recuerdo a tus hermanos
tiempo atrás encarnados;
sus manos de sangre teñidas,
en sus cuerpos severas heridas
testigos mudas de honor;
pues con ademán viril
portaban fieros fusil
que expulsó al cruel invasor.
Jamás he de olvidar, hijo,
-dijo ensimismado el viajero-
el repique de los cascos
del general Espartero.
Bravo y noble entregó
por España su cuerpo y alma,
y aún de cuna modesta
recuerdo glorioso de él
queda sobre el papel
por su magnífica gesta.
Y aún en su lecho de muerte
le dijo orgulloso al cura:
no tengo enemigos, padre,
a los que el perdón pueda otorgar,
pues bien los hice purgar
poniendo precio a su locura.
Con ojos de lince admiraba,
y del anciano yo aprendía
todo cuanto de él salía
y en la memoria guardaba.
Y en ese instante supe
con claridad propia del cielo
que no era otro mi sino
que luchar por éste suelo.
Suelo bañado en sangre española,
de ancestros bravíos,
de luces y sombras,
de espíritus nobles
de alma grandiosa
que sus carnes donaron,
por nosotros se inmolaron
y con esfuerzo levantaron
cada muro y cada losa.
Y con brío cerré los puños,
y de furia llené mis venas,
a un lado dejé las penas,
y estiré, hecho un rebuño
el blasón de nuestra tierra.
E impávido quedó mi cuerpo
al ver al anciano esfumado,
etéreo en el aire dejando
tras de sí halo de dicha,
y allí en el cielo contempla
aquel buen peregrino
como Logroño despierta
y retoma las riendas de su sino.
Tierra de vino,
tierra de sangre.
De tu vid brota la vida
que el ancho Ebro baña,
y tus hijos alzan lucha
desde Logroño, ¡POR ESPAÑA!
De Tinta Patriota para Logroño Despierta.
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