Esta vez en prosa, expongo, amigos, inquietudes que rondan o así debieran por la mente del ser humano, ese extraordinario prodigio capaz de crear o destruir, de sentir, de creerse libre o sacrificarse a lo largo de su tiempo por donde quiera que transcurra su existencia.
Inquietudes muy actuales en este ciclo que hoy vivimos muy a pesar de nuestros deseos, situación, expectativas o ideas de magnificencia e inmunidad que podamos sufrir.
Nos priva del sueño a algunos, triste realidad añadir esa última coletilla a la frase, las tremendas fiebres por las que atacan nuestras ideas de una patria unida, fuerte y próspera a la que augure un futuro brillante en lugar de la espiral de vertiginosa y desvergonzada decadencia en la que nos sumimos como si del negro vórtice del abismo se tratara.
Esta frase, que a priori puede parecer para muchos simplona, alarmista, catrastrofista y agorera, recoge en poca tinta todos los aspectos del modelo por el que luchamos cada día en un intento por movilizar los pensamientos y despertar los actos de tantos y tantos compatriotas que contemplan su vida pasar sin que ésta produzca ninguna reacción digna, ninguna transformación tangible en su hábitat imperfecto, en un tautológico devenir de generaciones que viven para pasar el testigo a sus descendientes, NADA MÁS; una mera replicación, transcripción y traducción de material genético, un acto sin más trascendencia que la que atribuye el orgullo paternalista en relación con la relevancia del hecho en sí en un contexto más amplio como el que intentamos abarcar aquí.
Ahí radica el problema del vertiginoso declive de la nación española y de las demás naciones europeas, en la desidia y la confianza en unos líderes inútiles, vendidos, corruptos, negligentes, repugnantes y dañinos que solo aparentan solucionarnos la vida cuando en realidad sólo cubren con ramas el foso que tenemos sólo a unos pasos de nosotros en la difícil senda que nacemos para recorrer allanando el camino en lo posible a nuestros predecesores.
Un foso donde cual afiladas estacas, esperan para atravesarnos el paro, la miseria, la analfabetización, la tiranía que impone la incultura al ser humano, el despotismo, la despersonalización que otorga el número al nombre del individuo... por mencionar algunas de nuestras inquietudes de las que comenzamos hablando más arriba.
Preocupaciones inherentes a mentes que se esfuerzan y resisten a ser uno más; mentes que sin ser grandes personalidades autodenominadas “intelectuales del panorama televisivo” también tienen voz, memoria, sentimientos, corazón y derecho a intervenir en todas las cuestiones que atañen a su cosmos.
Ese derecho divino, que ningún otro ser humano debería poder ensombrecer y que tantas veces se obvia cuando se da en un país del “primer mundo”, al que la “libertad” se le presupone...
Mentes que aun recuerdan para qué sirven, que quieren crear, que tienen en cuenta a los demás pese a ser continuamente atacadas, vilipendiadas, sentenciadas y denostadas; mentes que sin alejarse de la cruda realidad se atreven a soñar con un despertar de la conciencia colectiva para juntos replantearnos si de verdad nos conviene callar y someternos a este Gran Hermano o romper los lazos que nos unen a él y colaborar para crear nuestra propia senda.
Pero hablemos de esos lazos; ¿Qué es lo que de verdad nos hace seguir a la manada? ¿Tal vez nos subyugamos en pro de una estabilidad financiera? ¿Soportamos el peso de la bola y las cadenas a las espaldas por la paz social?
¿Acaso tememos un hipotético enfrentamiento o una situación de caos a niveles desconocidos aún por los europeos?... ¿O es que nos aterra reconocer que se vive muy cómodamente con el cerebro en stand by, viendo la televisión con un bol de palomitas y sin preocupaciones tras nuestro turno de ocho horas diarias?
Cuando el mayor problema para un ser humano no reside en procurarse los bienes básicos, comienza un “crecimiento interior” que pasa a alcanzar objetivos mayores como el reconocimiento social, la autorrealización, la superación de esas metas una vez alcanzadas y el oteo de un horizonte más y más lejano.
Abraham Maslow ya definió estos conceptos en su pirámide de jerarquías de las necesidades humanas hace ya muchos años de manera bastante acertada, pero el psicólogo judío olvidó incluir en su cúspide la “no aceptación de los hechos”, como también olvidó mencionar a todos aquellos desgraciados, resignados a seguir luchando por crecer a cambio de un insípido estipendio y una falsa sensación de cariño por el frío sistema que de vez en cuando se dirige a ellos anteponiendo el Don/Doña a su nombre de pila, como si ese gesto fuera a paliar la estabulización a la que les ha sometido.
Por suerte aún queda gente rebelde por naturaleza que se niega a replegarse, a ceder, a renunciar a un sueño fascinante y maravilloso que es el del hogar.
Y ahora planteo, amigos; ¿Es posible la sociedad sin Nación? Pero no la repugnante concepción farisea que nos han querido vender del término en sí, entendida como la unidad de un colectivo pese a carecer de Estado y territorio, sino nación en todo el esplendor de su término.
Bien, pues a eso yo respondo: ¿Sirve de algo un software sin hardware?
¿Es útil un cuerpo sin extremidades ni sentidos incapaz de hablar, ver, escuchar...?
¿Qué finalidad tiene un reloj sin agujas o un motor sin trasmisiones?
Así es, no tienen ninguna pese a que todo lo nombrado puede existir.
Lamentablemente lo único que puede permitirse su existencia sin objetivo es el arte, y hasta eso tiene un fin implícito para el ser humano.
Dejando las abstracciones a un lado y centrándonos más en lo tangible; de la misma forma que nosotros somos nacionalistas, han surgido a lo largo de la historia reciente de España movimientos que difunden nuestras ideas cayendo inexorablemente en el reduccionismo propio de mentes reducidas, los separatismos.
No podemos defender nuestras tesis sin antes pararnos a plantearnos las demás, o caeríamos en constantes falacias y autoengaños.
Es más, es nuestro deber como patriotas entender esas teorías alternativas de “microestados” para poder desmontarlas con argumentos fuertes y evidencias que no solo aporten más credibilidad si cabe a nuestra causa, sino que despierte en los demás la misma llama que calienta nuestros propios corazones, la llama de la unidad nacional.
Así que hagámonos éstas preguntas: ¿Qué hay de verdad en los separatismos? ¿Qué ofrecen a sus adeptos y qué suponen para nosotros, los auténticos nacionalistas, sus pretensiones?
Veamos qué hay detrás de todo esto...
Comenzamos por analizar la ubicación de los focos de separatismo en la geografía española; como vemos, todos ellos periféricos y unidos por una historia socioeconómica muy similar, Cataluña y Euskadi han sido centros industrializados por el gobierno a lo largo del S.XIX y XX por su localización fronteriza con las principales rutas comerciales.
Ambas comunidades han acogido numerosa población procedente de otras provincias más deprimidas con la que han formado su clase obrera; población que emigró sin ninguna formación académica, apenas alfabetizada y muy receptiva a los mensajes que auguraban un mejor porvenir.
De la misma forma, paradojas de la historia o constante digna de estudio, saque el lector conclusiones, muchos de los líderes separatistas en ambos lugares no eran propios de la tierra donde predicaban su doctrina o bien rebotados de partidos convencionales no vinculados con esos movimientos radicales.
Tenemos como ejemplos a lo largo de la historia personajes que van desde Sabino Arana, un patriota frustrado en sus ansias de gobierno que probó mejor fortuna limitando su coto de caza del votante ignorante y fácil de manipular a Vascongadas, hasta uno más actual como “Carod Robira” que resultó llamarse en realidad Jose Luis Pérez y ser oriundo de Fraga, provincia de Huesca.
Tremendo, ¿no es cierto? Será verdad aquello de que nadie es predicador en su propia tierra...
Ya hemos identificado dónde y por quién, en áreas muy pobladas con bajo nivel cultural y una economía en auge gracias a la industria por gente sin escrúpulos cuyas ansias de poder desmedidas han propiciado la actual situación.
Vayamos ahora al beneficio que obtiene el que apoya, puesto que el del que promueve creo que ya ha quedado claro.
¿Qué saca entonces el separatista no siendo español? ¿Mayor renta per cápita?
¿Más seguridad laboral, sanitaria, educacional...? En definitiva, ¿Mejor calidad de vida?
Si de verdad un catalán o un vasco piensa que escindiendo sus arcas de las del Estado va a vivir mejor, olvida que somos nosotros, el conjunto de españoles, los que sufragamos todos sus déficits.
De no tenerlos gracias a una política de austeridad por parte de sus respectivos gobiernos, su crecimiento, mantenimiento de infraestructuras, servicios e inversiones sencillamente no podría existir.
Su industria quedaría obsoleta en pocos años debido a la incapacidad de su “estado” para promover nuevas vías de exportación e importación y relaciones comerciales y renovar los sistemas de producción (que le vienen dados gracias a la generosidad de esa figura tan odiada de aquel general de cuyo nombre no queremos acordarnos y de las políticas de eterna concesión posteriores a él).
O dicho de otro modo, los separatismos son como el adolescente con coche propio, que se desplaza con chulería por la ciudad creyéndose independiente y libre y proyectando esa imagen a los demás olvidando que son sus padres los que llenan el depósito, cambias los neumáticos, pagan los impuestos y las averías cuando se rompe cualquier pieza... ¿o acaso olvidamos el barrio del Carmell, por citar sólo un ejemplo?
En resumen, lo único que sacan quienes creen en ideas separatistas son ilusiones de autodeterminación, como si olvidaran que de ser independientes también tendrían un gobierno que, de jugar con las mismas reglas que el nuestro, les esclavizaría del mismo modo, no así los políticos que asumirían el poder, que pasarían de dirigir una comunidad a ser Jefes de Estado... un ascenso en toda regla por sus hercúleos esfuerzos y su más que dilatada experiencia en fundar países.
Por último, planteémonos qué supone para nosotros, los genuinos españoles la convivencia con ésta situación.
En el plano económico quizá no repercutiría tanto en nosotros la pérdida de los ingresos de sendas comunidades (excuso hablar de Galicia constantemente por la prácticamente nula incidencia de esas fiebres en sus gentes) como en el caso contrario, pero nos veríamos obligados a reestructurar toda la producción industrial y a expandir el sector secundario por nuevas áreas, lo que supondría un brusco frenazo de al menos media década en nuestra economía.
Por otra parte, las comunidades limítrofes con las recién separadas verían un rápido incremento en sus arcas e infraestructuras que ayudarían a paliar la eventual crisis.
La Unión Europea no aceptaría como nuevos miembros a catalanes y vascos por incompatibilidades técnicas, que además deberían acuñar su propia moneda además de crear un sistema económico de la nada, y aumentaría los fondos destinados a España (pese a todo lo que conlleva aceptar dinero de un usurero), ayudando a aplacar el déficit económico.
Y ahora, cerremos el círculo preguntándonos qué medidas toma en la actualidad el gobierno y también la sociedad tanto a nivel grupal como individual; ¿Son justas, necesarias, suficientes y efectivas?
Bien, nuestra constitución recoge la unidad indivisible de España en su segundo artículo que cito textualmente “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.”
Como vemos, el término “nacionalidades” incurre en la tremenda falacia y ambigüedad que la nueva acepción del término conlleva, mas queda claro que España ha de ser UNA, por lo que todos los partidos que predican cualquier nacionalismo que no sea el español no tienen razón de ser y tampoco legitimidad alguna. Y no lo decimos nosotros, lo dice la deificada constitución del sistema.
Muy interesante el tercer y cuarto artículo, que hablan del idioma y la bandera y que tampoco se cumplen en muchos casos en Cataluña y Euskadi ante la impasible mirada del Jefe del Estado, S.M. Don Juan Carlos de Borbón y Borbón-dos Sicilias, un monarca que ni siquiera tiene orígenes españoles, como su esposa griega, nuestra Reina Doña Sofía que reside en España menos del tiempo que pasa en Londres.
Inquietudes muy actuales en este ciclo que hoy vivimos muy a pesar de nuestros deseos, situación, expectativas o ideas de magnificencia e inmunidad que podamos sufrir.
Nos priva del sueño a algunos, triste realidad añadir esa última coletilla a la frase, las tremendas fiebres por las que atacan nuestras ideas de una patria unida, fuerte y próspera a la que augure un futuro brillante en lugar de la espiral de vertiginosa y desvergonzada decadencia en la que nos sumimos como si del negro vórtice del abismo se tratara.
Esta frase, que a priori puede parecer para muchos simplona, alarmista, catrastrofista y agorera, recoge en poca tinta todos los aspectos del modelo por el que luchamos cada día en un intento por movilizar los pensamientos y despertar los actos de tantos y tantos compatriotas que contemplan su vida pasar sin que ésta produzca ninguna reacción digna, ninguna transformación tangible en su hábitat imperfecto, en un tautológico devenir de generaciones que viven para pasar el testigo a sus descendientes, NADA MÁS; una mera replicación, transcripción y traducción de material genético, un acto sin más trascendencia que la que atribuye el orgullo paternalista en relación con la relevancia del hecho en sí en un contexto más amplio como el que intentamos abarcar aquí.
Ahí radica el problema del vertiginoso declive de la nación española y de las demás naciones europeas, en la desidia y la confianza en unos líderes inútiles, vendidos, corruptos, negligentes, repugnantes y dañinos que solo aparentan solucionarnos la vida cuando en realidad sólo cubren con ramas el foso que tenemos sólo a unos pasos de nosotros en la difícil senda que nacemos para recorrer allanando el camino en lo posible a nuestros predecesores.
Un foso donde cual afiladas estacas, esperan para atravesarnos el paro, la miseria, la analfabetización, la tiranía que impone la incultura al ser humano, el despotismo, la despersonalización que otorga el número al nombre del individuo... por mencionar algunas de nuestras inquietudes de las que comenzamos hablando más arriba.
Preocupaciones inherentes a mentes que se esfuerzan y resisten a ser uno más; mentes que sin ser grandes personalidades autodenominadas “intelectuales del panorama televisivo” también tienen voz, memoria, sentimientos, corazón y derecho a intervenir en todas las cuestiones que atañen a su cosmos.
Ese derecho divino, que ningún otro ser humano debería poder ensombrecer y que tantas veces se obvia cuando se da en un país del “primer mundo”, al que la “libertad” se le presupone...
Mentes que aun recuerdan para qué sirven, que quieren crear, que tienen en cuenta a los demás pese a ser continuamente atacadas, vilipendiadas, sentenciadas y denostadas; mentes que sin alejarse de la cruda realidad se atreven a soñar con un despertar de la conciencia colectiva para juntos replantearnos si de verdad nos conviene callar y someternos a este Gran Hermano o romper los lazos que nos unen a él y colaborar para crear nuestra propia senda.
Pero hablemos de esos lazos; ¿Qué es lo que de verdad nos hace seguir a la manada? ¿Tal vez nos subyugamos en pro de una estabilidad financiera? ¿Soportamos el peso de la bola y las cadenas a las espaldas por la paz social?
¿Acaso tememos un hipotético enfrentamiento o una situación de caos a niveles desconocidos aún por los europeos?... ¿O es que nos aterra reconocer que se vive muy cómodamente con el cerebro en stand by, viendo la televisión con un bol de palomitas y sin preocupaciones tras nuestro turno de ocho horas diarias?
Cuando el mayor problema para un ser humano no reside en procurarse los bienes básicos, comienza un “crecimiento interior” que pasa a alcanzar objetivos mayores como el reconocimiento social, la autorrealización, la superación de esas metas una vez alcanzadas y el oteo de un horizonte más y más lejano.
Abraham Maslow ya definió estos conceptos en su pirámide de jerarquías de las necesidades humanas hace ya muchos años de manera bastante acertada, pero el psicólogo judío olvidó incluir en su cúspide la “no aceptación de los hechos”, como también olvidó mencionar a todos aquellos desgraciados, resignados a seguir luchando por crecer a cambio de un insípido estipendio y una falsa sensación de cariño por el frío sistema que de vez en cuando se dirige a ellos anteponiendo el Don/Doña a su nombre de pila, como si ese gesto fuera a paliar la estabulización a la que les ha sometido.
Por suerte aún queda gente rebelde por naturaleza que se niega a replegarse, a ceder, a renunciar a un sueño fascinante y maravilloso que es el del hogar.
Y ahora planteo, amigos; ¿Es posible la sociedad sin Nación? Pero no la repugnante concepción farisea que nos han querido vender del término en sí, entendida como la unidad de un colectivo pese a carecer de Estado y territorio, sino nación en todo el esplendor de su término.
Bien, pues a eso yo respondo: ¿Sirve de algo un software sin hardware?
¿Es útil un cuerpo sin extremidades ni sentidos incapaz de hablar, ver, escuchar...?
¿Qué finalidad tiene un reloj sin agujas o un motor sin trasmisiones?
Así es, no tienen ninguna pese a que todo lo nombrado puede existir.
Lamentablemente lo único que puede permitirse su existencia sin objetivo es el arte, y hasta eso tiene un fin implícito para el ser humano.
Dejando las abstracciones a un lado y centrándonos más en lo tangible; de la misma forma que nosotros somos nacionalistas, han surgido a lo largo de la historia reciente de España movimientos que difunden nuestras ideas cayendo inexorablemente en el reduccionismo propio de mentes reducidas, los separatismos.
No podemos defender nuestras tesis sin antes pararnos a plantearnos las demás, o caeríamos en constantes falacias y autoengaños.
Es más, es nuestro deber como patriotas entender esas teorías alternativas de “microestados” para poder desmontarlas con argumentos fuertes y evidencias que no solo aporten más credibilidad si cabe a nuestra causa, sino que despierte en los demás la misma llama que calienta nuestros propios corazones, la llama de la unidad nacional.
Así que hagámonos éstas preguntas: ¿Qué hay de verdad en los separatismos? ¿Qué ofrecen a sus adeptos y qué suponen para nosotros, los auténticos nacionalistas, sus pretensiones?
Veamos qué hay detrás de todo esto...
Comenzamos por analizar la ubicación de los focos de separatismo en la geografía española; como vemos, todos ellos periféricos y unidos por una historia socioeconómica muy similar, Cataluña y Euskadi han sido centros industrializados por el gobierno a lo largo del S.XIX y XX por su localización fronteriza con las principales rutas comerciales.
Ambas comunidades han acogido numerosa población procedente de otras provincias más deprimidas con la que han formado su clase obrera; población que emigró sin ninguna formación académica, apenas alfabetizada y muy receptiva a los mensajes que auguraban un mejor porvenir.
De la misma forma, paradojas de la historia o constante digna de estudio, saque el lector conclusiones, muchos de los líderes separatistas en ambos lugares no eran propios de la tierra donde predicaban su doctrina o bien rebotados de partidos convencionales no vinculados con esos movimientos radicales.
Tenemos como ejemplos a lo largo de la historia personajes que van desde Sabino Arana, un patriota frustrado en sus ansias de gobierno que probó mejor fortuna limitando su coto de caza del votante ignorante y fácil de manipular a Vascongadas, hasta uno más actual como “Carod Robira” que resultó llamarse en realidad Jose Luis Pérez y ser oriundo de Fraga, provincia de Huesca.
Tremendo, ¿no es cierto? Será verdad aquello de que nadie es predicador en su propia tierra...
Ya hemos identificado dónde y por quién, en áreas muy pobladas con bajo nivel cultural y una economía en auge gracias a la industria por gente sin escrúpulos cuyas ansias de poder desmedidas han propiciado la actual situación.
Vayamos ahora al beneficio que obtiene el que apoya, puesto que el del que promueve creo que ya ha quedado claro.
¿Qué saca entonces el separatista no siendo español? ¿Mayor renta per cápita?
¿Más seguridad laboral, sanitaria, educacional...? En definitiva, ¿Mejor calidad de vida?
Si de verdad un catalán o un vasco piensa que escindiendo sus arcas de las del Estado va a vivir mejor, olvida que somos nosotros, el conjunto de españoles, los que sufragamos todos sus déficits.
De no tenerlos gracias a una política de austeridad por parte de sus respectivos gobiernos, su crecimiento, mantenimiento de infraestructuras, servicios e inversiones sencillamente no podría existir.
Su industria quedaría obsoleta en pocos años debido a la incapacidad de su “estado” para promover nuevas vías de exportación e importación y relaciones comerciales y renovar los sistemas de producción (que le vienen dados gracias a la generosidad de esa figura tan odiada de aquel general de cuyo nombre no queremos acordarnos y de las políticas de eterna concesión posteriores a él).
O dicho de otro modo, los separatismos son como el adolescente con coche propio, que se desplaza con chulería por la ciudad creyéndose independiente y libre y proyectando esa imagen a los demás olvidando que son sus padres los que llenan el depósito, cambias los neumáticos, pagan los impuestos y las averías cuando se rompe cualquier pieza... ¿o acaso olvidamos el barrio del Carmell, por citar sólo un ejemplo?
En resumen, lo único que sacan quienes creen en ideas separatistas son ilusiones de autodeterminación, como si olvidaran que de ser independientes también tendrían un gobierno que, de jugar con las mismas reglas que el nuestro, les esclavizaría del mismo modo, no así los políticos que asumirían el poder, que pasarían de dirigir una comunidad a ser Jefes de Estado... un ascenso en toda regla por sus hercúleos esfuerzos y su más que dilatada experiencia en fundar países.
Por último, planteémonos qué supone para nosotros, los genuinos españoles la convivencia con ésta situación.
En el plano económico quizá no repercutiría tanto en nosotros la pérdida de los ingresos de sendas comunidades (excuso hablar de Galicia constantemente por la prácticamente nula incidencia de esas fiebres en sus gentes) como en el caso contrario, pero nos veríamos obligados a reestructurar toda la producción industrial y a expandir el sector secundario por nuevas áreas, lo que supondría un brusco frenazo de al menos media década en nuestra economía.
Por otra parte, las comunidades limítrofes con las recién separadas verían un rápido incremento en sus arcas e infraestructuras que ayudarían a paliar la eventual crisis.
La Unión Europea no aceptaría como nuevos miembros a catalanes y vascos por incompatibilidades técnicas, que además deberían acuñar su propia moneda además de crear un sistema económico de la nada, y aumentaría los fondos destinados a España (pese a todo lo que conlleva aceptar dinero de un usurero), ayudando a aplacar el déficit económico.
Y ahora, cerremos el círculo preguntándonos qué medidas toma en la actualidad el gobierno y también la sociedad tanto a nivel grupal como individual; ¿Son justas, necesarias, suficientes y efectivas?
Bien, nuestra constitución recoge la unidad indivisible de España en su segundo artículo que cito textualmente “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.”
Como vemos, el término “nacionalidades” incurre en la tremenda falacia y ambigüedad que la nueva acepción del término conlleva, mas queda claro que España ha de ser UNA, por lo que todos los partidos que predican cualquier nacionalismo que no sea el español no tienen razón de ser y tampoco legitimidad alguna. Y no lo decimos nosotros, lo dice la deificada constitución del sistema.
Muy interesante el tercer y cuarto artículo, que hablan del idioma y la bandera y que tampoco se cumplen en muchos casos en Cataluña y Euskadi ante la impasible mirada del Jefe del Estado, S.M. Don Juan Carlos de Borbón y Borbón-dos Sicilias, un monarca que ni siquiera tiene orígenes españoles, como su esposa griega, nuestra Reina Doña Sofía que reside en España menos del tiempo que pasa en Londres.
Las medidas que ha tomado el Estado español con este preocupante problema de identidad y soberanía se ha limitado siempre a dos funciones; perseguir el terrorismo de E.T.A, grupo terrorista del cual se ha servido la derecha y la izquierda democrática española en mil y una ocasiones para arañar votos de un lado y de otro de la trinchera, y no legitimar documentos como los estatutos vascos creados en el “Plan Ibarretxe” o censurar partes del “Estatuto de autonomía catalán”.
Con esas insípidas medidas han lavado los trapos de cara al público los dos partidos mayoritarios de España mientras que bajo cuerda han abierto una barra libre de concesiones innombrables y sacrílegas a partidos radicales de izquierdas que a parte de separatistas, son antiespañoles como han demostrado sus múltiples atentados y campañas difamatorias.
Por nuestra parte, el pueblo español se ha limitado a condenar las expresiones de violencia de esta escoria mirando hacia otro lado en la mayoría de ocasiones cuando solo caían militares, guardias civiles, policías... en sus cobardes atentados y permitiendo con su pasotismo que los independentistas se fueran disgregando a sí mismos y a sus sociedades (que no es lo mismo, ya que no todos los catalanes o vascos son separatistas, no lo olvidemos) del resto de la nación.
Cada vez que en los epicentros del virus consentíamos la omisión de la Bandera Nacional, que nos despreciaran por no hablar catalán, que omitieran en los colegios la enseñanza de nuestro idioma y la manipulación de la historia... cada vez que hemos tragado con su intransigencia nos hemos desprestigiado a nosotros mismos y a nuestra tierra.
El camino a seguir pasa por renovar el espíritu y los votos de amor y defensa a nuestra casa, a nuestras costumbres, lengua e identidad, que no se nos olvide.
Nuestro trabajo, y ahora hablo de camaradería, debe ser la ardua tarea de liderar la reconquista de lo que nos hemos dejado arrebatar.
Una empresa no exenta de riesgos físicos, pues los autores del desastre han minado el terreno con sus acólitos y sus medios, su propaganda y su ponzoña.
El cáncer que ha brotado en el cuerpo de nuestra España ya se está metastasizando y el extirparlo se hace más y más complicado por segundos, pues los niños educados en las doctrinas radicales vascas y catalanas no son responsables del mal que les han inoculado y es nuestro deber luchar con humanidad ante tal dilema moral ya tratado con anterioridad; ¿Es realmente el enemigo responsable de su condición?
El enemigo en verdad es español, solo que no lo sabe porque no se lo han enseñado.
Con éste breve cuadro clínico, queda claro que el separatismo no es viable en ningún caso en la práctica actual. Se trata más bien de un delirio contagioso que obedece quizá siendo bien pensados a un sentimiento de filiación e identidad que crece en focos aislados ante la evidente carencia de éstos elementos que se dan en nuestra España.
La masificación descontrolada, el actual sistema laboral y económico, la extirpación quirúrgica que ha sufrido todo lo que definía nuestra tierra y a nuestras gentes, todos los elementos exógenos introducidos sin control ni estudio piloto en nuestras ciudades desconociendo por completo sus repercusiones a medio y largo plazo como la inmigración o las nuevas pseudoculturas, modas y tendencias, las nuevas legislaciones elaboradas sin contar con las consecuencias que provocan ni los precedentes que sentan son los responsables directos de ello y por lo tanto han de ser estudiados minuciosamente y modelados a razón de nuestras necesidades como sociedad y nación.
Tan solo aspiramos a construir una vía de escape a esta debacle cultural, a esta despersonalización y a la tajante destrucción de la biodiversidad humana con su inhumano mestizaje; y pese a que nos llamen racistas, somos nosotros los que abogamos por el respeto de esas diferencias que son las que nos hacen evolucionar como especie, pues para lo que quieren olvidan que el ser humano, el Homosapiens Sapiens, también es un animal producto de la evolución a consecuencia de la Selección Natural, porque el origen de la vida no está claro, pero la evolución sí.
Nuestras pretensiones, lejos de las de aquellos que ansían un mundo globalizado fácil de manejar, donde naciones sean títeres y sus habitantes meros microbios a los ojos del Gran Hermano, se limitan a crear de España un hogar para los españoles.
Un hogar con sólidos cimientos; con gruesas paredes pero amplias ventanas que permitan captar toda la luz del exterior sin dejar entrar las impurezas del aire que golpea sus muros.
Un hogar donde habite la gran familia que forman todos y cada uno de los españoles, con sus virtudes y defectos, donde cada cual pueda tener su espacio y su intimidad en continua colaboración con los gastos de la casa y sus posibles reformas.
Ese hogar es hoy un gallinero donde los hijos mayores ponen cerraduras en sus habitaciones, impiden el paso a los demás habitantes de la casa pero siguen atacando la nevera pese a no colaborar con los gastos.
Emplean el cuarto de baño e incluso hacen uso de otras estancias, mas continúan aislando sus dependencias en las cuales hacen ruido y molestan a los demás, e invitan a casa a gente que no debería estar aquí, sino en sus propias casas.
Así está España, dividida, expoliada, dependiente, débil, indecisa, ciega, sorda, muda y acobardada.
¿Y como puede ser posible?
Pues gracias a su propia sociedad y los oscuros líderes que han propiciado ésta patética situación.
¿Puede acaso una nación cambiar con unas insípidas votaciones bipartidistas cada cuatro años donde si bien hay que reconocer que “tal vez no hagan trampa en los escrutinios”, manipulan la intención de voto de una masa atrofiada con cuatro fotomontajes, promesas de cuatrocientos euros, exenciones fiscales varias o matrimonios homosexuales?
La respuesta... mejor la dejo al criterio del lector.
Claro está que nadie está en posesión de la verdad absoluta, porque a parte de que ésta todavía escapa a nuestra comprensión como seres humanos, la misma sería voluble y ya que sólo percibimos y en parte comprendemos lo que rodea a nuestro nicho ecológico, pero eso no significa que no podamos atrevernos a soñarla y tal vez, a aprenderla; hacerla nuestra no para uso personal o partidista sino en pro del beneficio de toda la nación, o haciendo más extenso el colectivo, a toda Europa y que los demás aprendan de nosotros si es que lo desean.
Ésto puede que sea solo una semilla, pero que germine depende de ti, de tu compromiso y tu resistencia en la lucha.
Eres libre para aceptar estas ideas, rebatirlas o directamente desecharlas, pero cuando quieras buscar un responsable al hecho de que tus hijos crezcan en un vertedero sin moral ni futuro, tan solo deberás mirarte al espejo.
De Tinta Patriota para Logroño Despierta.
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